viernes, 5 de marzo de 2010

Un cuento

UN CUENTO...PARA PENSAR...
En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas
palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
                                                                                
-Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-Qué siembras aquí, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a
cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

domingo, 28 de febrero de 2010

El valor fenotípico de la religión

El valor fenotí­pico de la religión

El filósofo se pregunta por qué existen las cosas. El filósofo se pregunta por qué existe el ser y no la nada, pero no pregunta nada más que lo que hace el hombre corriente cuando se pregunta quién hizo el mundo y qué fue antes. Al intentar responder a esta pregunta el hombre crea los dioses (o los descubre, no quiero abordar cuestiones teológicas)

Por tanto, el ilustrado, entre otras cosas, sabe que cuando el hombre nombre a los dioses está haciendo algo que no se puede tomar a la ligera. El ilustrado, sabe, además, que la forma de un panteón es un fenómeno cultural, que se puede criticar, pero que la pregunta que conduce a la creación de un panteón es un hecho natural, digno de la máxima consideración y respeto.

Umberto Eco en el libro A paso de cangrejo.



Si tratásemos de aplicar una perspectiva darwinista a la sistemática aparición de las religiones en nuestra diversa historia lo que nos encontraríamos es una interesante cuestión dado que cuesta entender cómo éstas han calado tan hondo y tan ubicuamente, al punto de ser posiblemente de raíz biológica, esto es, intrínsecas a la naturaleza humana y sorprende porque las conductas cognitivas tan epistemológicamente frágiles que a lo largo de la historia han propuesta las formulaciones religiosas hacen de los pueblos que se acogen a éstas, grupos de comportamiento inadaptativo y sin embargo, basta ver el pasado, progresivamente más fuertes.

Algunos han querido verlas como virus cognitivos que infectan nuestro cerebro con la misma falta de consideración hacia el anfitrión que tienen todos los virus pero esto no explica por qué tal tara no ha resultado borrada por la madre naturaleza y eso por no negar de raíz el concepto de ideas víricas que a la manera de las platónicas, pero sin su elitismo, pululan por ahí aún no siendo posible su verificación experimental.

En el concepto de meme falta sino una decencia intelectual sí una neurofilosofía que expliqué qué es la consciencia y en qué sentido ésta es infectable además de por qué.

Desde la perspectiva cognitiva de Maturana o Edelman el concepto mentado es un absurdo que ofende al sentido común.

Voy a tratar de dar una explicación pero permítaseme primero una aparente divagación.

Uno de los grandes objetivos de las empresas es mejorar la calidad de lo que hace en aras de incrementar la satisfacción de los clientes y con ello los beneficios. Para lograr dicho objetivo se suele implantar un sistema de gestión de la calidad que, entre otras metas, pretende buscar una mayor motivación, cohesión, participación y, en definitiva, implicación de los trabajadores en su trabajo ya que esto se ha demostrado en innumerables ocasiones como una condición sine qua non para cualquier progreso del devenir de la empresa.

En los seminarios, cursillos, foros, conferencias, libros sobre esta área de las empresas se suele narrar una especie de parábola que ilustra la diferente actitud que hay entre un empleado motivado y otro que no, otro que está desganado, apático, y por tanto despreocupado del, e incapaz de contribuir al, objetivo final de la empresa. ¿Consecuencias? No habrá entonces sinergia.

Cito:

Están tres canteros trabajando en lo mismo. Alguien se les acerca y le pregunta qué hacen.
El primer cantero responde que está picando una piedra.

El segundo afirma que está esculpiendo una cruz.

Finalmente el tercero señala que está construyendo una catedral
Si en la anotación anterior hablábamos del valor vinculante de la moral, en ésta tendremos que decir que una conducta estrictamente moral no consigue crear motivación, por extensión implicación, en el quehacer vital, tanto individual como social, por lo que podríamos considerar el aspecto teleológico inherente a toda metafísica sobrenatural, su postular que existe un propósito último y, en general, a toda institución religiosa como una suerte de sistema que pretende gestionar la calidad de la empresa vital humana con el que se busca implicación, con lo que se consigue cohesión y sinergia social; con el que se nos hace creer ser partícipes de algo en lo que merece la pena colaborar, con lo que merece la pena trabajar, vivir incluso, dado que lo que hacemos todos vale para algo, de algún modo tiene sentido y no resultará en balde.

Héctor Meda
El libro de arena
http://hector1564.blogspot.com/